Tan sencilla y
cruda llega a ser la vida, como las rúas que el viajero transita con la
expectativa del porvenir. Como si disimuláramos por los andares de la
existencia, ocupando mascaras para identificarnos con nuestros semejantes, con
el fin de conquistar la aceptación que nos dan y recibir el placebo que nos
inhibe las ganas de llorar. La crudeza y la adaptación es lo que nos espera a
los desheredados, hijos de Eva.
El preámbulo de
estas palabras que hoy escribo fue una lección que aprendí a corta edad, y aun
así, crecí corriendo, corriendo tan deprisa que más de una vez me tropecé y más
de una vez me levanté. Con la curiosidad de un niño me fui abriendo las puertas
de las respuestas que mi padre no me termino de responder y con el miedo en la
mano, me fui enfrentando a lo desconocido. Hoy todo lo que tengo, que es poco, yo
lo construí.
Con el letargo del
reloj, me permití vivir los placeres del amor y del olvido, sin distinción a
ninguno. Aquellos besos que adornaron mi juventud, el juego de manos que
siempre acariciaban una pierna, una oreja o un sujetador; siempre a la sombra
de un cine, un parque o en la placentera oscuridad de la noche junto a un
portón; de vez en cuando novio, amante o amigo, reservándome el sentimiento o
dándolo todo, siempre por el derecho del goce o usufructo; dependiendo la
ocasión. El romance se volvió una adicción y me trajo historias como la bella
queretana que le sentaba tan bien esa boina calada al estilo del Che,
con la que luche hombro a hombro, cada día, por las injusticias de un Estado
que había desaparecido a unos compañeros normalistas; y cada noche cenábamos
besos y sueños que auguraban libertad, y que nuestro fin se vociferaba al
llamado de un autobús con destino a una enfermedad que nos privó de seguir
soñando con la revolución. La chilanga delincuente, que se dedicaba a
hurtar carteras de los transeúntes que se distraían con su lindura e inocencia,
y que en una habitación por la alcaldía Cuauhtémoc, a unos pasos del Chopo, me
pregunto: ¿Y que hacemos con la ropa?, robándome el corazón. La niña de casa
con tendencias rockera, que me compartió sus noches y días, su amor
incondicional y que fue mi compañera de vida hasta en mis peores
circunstancias, y con la que aprendí la paciencia y el amor sincero, y por
supuesto, real que se le puede tener a alguien, pero no todo es eterno y nos tocó
partir, y con esa despedida, las ganas de envejecer con alguien, dejando en un
rincón una sortija con telarañas. Con ello reconocí por las calles de mi lugar
de origen a una linda chica que compartimos gustos pero no ideales, pero eso no
condicionaba nuestra manera de querernos, su cuerpo era como representativo a
la tentación que Adán le tenía a Eva después de ser expulsados del Edén, para
que contar los besos y las respiraciones que teníamos ella y yo; en la
intimidad con ella era como si me hubieran eximido de todos mis pecados y me
permitiesen conocer el paraíso, pero yo que soy más de los campos elíseos y ocupo
más el antropocentrismo que al monoteísmo, no pude contener la cólera de un Dios
triste y envidioso que nos castigó, apartándonos de los placeres del árbol
prohibido. Pero antes de acabar con la cuenta, y antes de la última historia,
surgió una musa que encontré por las calles del olvido y que, hasta el día de
hoy, la pienso con mucho cariño, por la que sin dudar dejaría las santas
promesas de una eternidad en gloria, por pecar con su silueta y sus besos sabor
a puchero. Mi refugio y mi penitencia, lo prohibido se había convertido en el
escenario que me sacó de la rutina de los amores de una noche. Y yo que solo
buscaba a una Julieta a la talla del Marqués de Sade, me terminé topando
también con una tan bella al estilo shakesperiano; rompiendo lo provisto y lo
pactado, ocupando a la caprichosa luna para pensarte; malditas sean las ganas
que me hacen trasnochar, echándonos de menos. Pero no puedo discutir que te
fueras porque querías querer ser feliz, puede que me estuviera enamorado, pero al ser involucrado de un nunca o
de un tal vez, de un no sé, de un después, de un quizás, de un pronto; solo
queda mencionar que siempre estaré para cuando busques un cómplice o solo
busques alojo en donde guardar y sanar el corazón.
Hoy que
el tiempo se vuelve una fuente de historias que inspiran estas palabras, me he
dado cuenta de que he tenido una vida plena. Hice trampas en la vida, he
defraudado a mis amigos y he alegrado a desconocidos. Lo que he dicho lo he
sostenido, aunque las facturas fueran difíciles de pagar. Cada noche me
reinvento sin ánimos y cada día me descontinuo con alegría. Siendo un boxeador
sin experiencia vencí a la muerte en el ring y hoy quiere revancha. No soporto
las injusticias y lucho para reparar toda una herencia de problemas que le han
cargado a mi generación. Me he acostumbrado a la despedida y no me familiarizo
con las bienvenidas. Por decir lo que pienso y con miedo a lo que digo más de
una vez me aplaudieron y más de una vez me desacreditaron. Así que, de momento,
sigo transitando en esta autopista de la
vida. Y con la franqueza de un mentiroso y la humildad de un soberbio, puedo
distinguir que lo que he vivido hasta estas épocas, me han favorecido en
desanimarme y me perjudica en querer seguir intentándolo.
Morior invictus.
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