ESA BOCA QUE NO ES MÍA

 


Como si hubiera rumbo para mis pasos, como espejismo en el desierto, y en otras palabras: Eres ese suspiro que alivia el cansancio. Y de casualidad, en forma de  pronóstico evidente de lo impredecible, llegaste a mi vida como si se tratara de una equivocación. Como si se tratara de una ironía, la más bella de todas las tempestades, un hermoso error, una confusión lúcida, un arrebato de la calma. No tenía problemas, pero sí la solución que se acobijaba en tú mirada de luna llena.

No hay labios que valgan más la pena que los que cobran a la dignidad como propina, y contigo, más de una vez aposté el corazón y más de una vez empeñe el sentido común. Las noches que he dedicado en planear en cómo hacerme de esa boquita que es tuya, mía.

Tan impredecible y libre, que embriagas a la monotonía del romance, y robándome la tranquilidad porque se trata de ti, te paseas por mi vida, como si se tratase de ese bello arcoíris que viene después del chaparrón, como mariposa navegante en la tempestad, como luciérnaga en la oscuridad. Cobrándome el alma por la fría condescendencia de tú silencio, y como es costumbre, sin pasaporte y sin visa; vuelvo a intentar cruzar las fronteras de tú silueta, como si no supiera que estoy fichado en tus aduanas. Perdido y sin brújula que me oriente a la sensatez, me dejo llevar por esa mueca, que por sonrisa, haces pasar.

Con ningún plan en el bolsillo, conspiré con flores y notas para colarme en tú mirada, con intención de robarme ese espacio para decirte: Que quiero aprender a quererte como jamás te quiso, por quien ya no quieres querer. Pero, ni el tiempo ni el orden de turno, compadecen a las buenas intenciones. Y es demasiado tonto hacerse el tonto, tontita, y con lo poco que sabes decir, se pierden las ganas de repetir.

Y no hay besos de paso, que no me regresen el sueño para no pelear con la almohada, de que estuvo bien y que estuvo mal. Pero, ¿qué puedo hacer? A veces me lo tomo muy en serio y a veces no, y no sé qué sea lo diferente contigo. Y sin embargo, teniendo en cuenta las cuentas del delirio, no hay razones que me hagan quedar y todo tiene que cerrar, con algún punto final. Para dejar al deseo en luto y amortizar el cariño que nunca te di. Como cuando el cielo aprende a envejecer.


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