No es correcto — me dijo y se fue.



 





El día que llegó, tenía ojeras de tanto llorar y de no dormir por las noches en vela. Resguarde su corazón, con bandera de un desconocido, preguntando y escuchando conocí a sus fantasmas, y es más que evidente que le presente los míos. Me hizo tan bien su compañía en la venganza de un Cupido rencoroso.

El reloj siguió, los días y noches pasaron sin distinguir calendario alguno, como si Cronos permitiera que te conociera, ocupamos la calidez de la luna para hablar de nuestras rachas de amor sin apetito. El menú que cenábamos era rico en historias que solo mostraban nuestra mala racha en el juego de querer. Desde el bastardo que no te valoró, el segundo del cual te enamoraste y que rompías tú itinerario para estar con él y resultó ser igual de indeciso que el primero, hasta la resiliencia de la mujer que juro amarme y que se permitió permitirse querer aún cuando ya andaba queriendo por orden de turno, y de la pía que estaba sentada sobre el miedo de correr.

La confianza surgió, y con ello los deseos culposos y los fetiches sin rodeos aparecieron como tema de conversación, dándome a entender que tenía gusto por mí y sin basilar, respondí asintiendo la cabeza, como si no supiera que me iba a ganar las ganas, y rompiendo el código de la moral y las buenas costumbres, decidimos continuar. Despojarte de la piel de tela que cubría tu contorno de mujer sin siquiera tocarte e incitar tus deseos y motivar tu lujuria, era un placer para este velador que conversaba contigo. Pero claro que no estaba solo en esto, ya que sé que te agradaba el saber que ya poseías el control de la situación a merced de tus caderas. Puede que me estuviera encantando porque por esos labios, que intuyo que saben a puchero, yo hubiera pecado.

Pero señores, no puedo mentirles, me sentía como niño en dulcería al apreciar su silueta y como vagabundo hospedado en un hotel ubicado en el 23 rue de Sévigné, cada que refugiaba el corazón.

Pero todo tiene que acabar y esto ya no es ayer, sino mañana y es tiempo de partir, y con ello el entender que no es correcto intentar levantarle la falda a la luna mientras el sol duerme. La hora de huir llegó, y se marchó para ser feliz.


Hoy reconozco los besos que perdí por no saber decir: te necesito.





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