Besos vacíos.

 




Siete minutos en el cielo y comenzó. Con la chica de corte pixie, que a su tercera copa me sorteo el momento de jugar. Y hoy que esta de moda el desamor, no hay mejor placebo que los besos vacíos que de los ignotos anónimos, reparten sin miedo a ofender, en los bullicios donde se consagra la soledad y el despecho. Con orgullo y prejuicio, sin romanticismo ni coyunturas, las Bennet´s no reconocen a los Darcy´s de sus vidas, las Julietas se desenamoran por la lealtad a los suyos y los Arizas que ya dejaron de esperar, prefieren los besos y la humedad de las turistas de paso que se alojan en su pecho, optando por el dolor de morir sin amor.

En las paginas de un blog, los recuerdos de sirenas que adornaron con sus cantos las travesías de un marino bucanero, que hoy está perdido por una brújula rota y un catalejo empañado, sin dirección ni arribo, escudriña la manera de regresar a su curso. Pero ¿Cómo huir sino hay tierra donde encallar?, y con la colera de un Cupido rencoroso, que cobra moratorios por aquellos vínculos que, con desdén, creó debajo de los manzanos, privándolo del rosal.

Hay quien dice que fui yo el primero en dejar de querer, dejando de coincidir tan ingrata difamación al amargo sabor que dejo la resiliencia de aquella mujer que juro amarme y que se permitió permitirse querer aun cuando ya andaba queriendo por orden de turno, y la bella viajera que vino con las estrellas que tenía las ganas de andar en velero, pero cuando se aventuró, descubrió que le tenía miedo al mar, abandonando el navío con un “no te quiero querer, perdón”. Y con ello comprendí que no es bueno querer intentar volver al lugar donde has sido feliz.

Desafiando la escasez de un bolsillo roto, mande el corazón de viaje. Con ganas de recordar las épocas de las boinas, las consignas y el anhelo de una revolución que prometía libertad, acorde un rencuentro en donde me esperaba una esposa felizmente casada y llevándome la sorpresa al conocer a su pequeña princesa “Sophia”, entendiendo el por qué ya no me escribía: “no consigo olvidarte, ojalá estuvieras conmigo, aquí, en el templo de Santa Rosa de Viterbo, donde te prometí que encontraríamos paz a nuestra necedad”. A su abordaje y con una despedida, solté su recuerdo por la promesa que nos hace las circunstancias de no volvernos a ver nunca más.

Continuando con las aventuras de la correría, que, sin virtud, no pretendía hacer las escalas que los estoicos acostumbran para ahorrarse el agravio que provocan los labios que besan dulzura y dejan con el tiempo el sabor a indiferencia, exasperando la madrugada, ya que tengo cierta preferencia al sentimiento que provoca el sentir y el drama que provoca la sensación de vivir los momentos que calidecen la condición humana, con el riesgo de ser etiquetado como un chiflado. Y yo que no aspiro el contar mis secretos a un desconocido en su diván, y provocando las indicaciones que el cardiólogo me receto, aun mando flores sin motivo y chocolates con anagramas por esos besos que hoy saben a puchero y aquellos silencios incomodos que se comparten, quedando en desuso el cortejo romántico al que estaba acostumbrado. Pero como no comprender lo que es recurrente hoy, ya que la sociedad a crucificado a Eros y anda rezándole a Hímero, para que con Hedylogos, el cariño no cueste más de lo que no pretenden perder, ya que nadie quiere querer acosta del despojo, envileciendo los detalles y los versos.

Temiendo, mientras vamos al currelo, el confundir a las estrellas con los faros de la ciudad, resguardando los “te quiero” sinceros, nos ahorramos la zozobra que no hace más que regalarnos los recuerdos mientras trasnochamos. Aun así, nos permitimos el esperar soñar que alguien nos diga: “Estaré contigo siempre que lo necesites”.


“Siempre esperamos el momento adecuado para
decir lo que sentimos y se va terminando la vida”

Anónimo

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